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Adicionalmente, la SEP y las secretarías de educación estatales dispusieron de diversos
paquetes didácticos, materiales pedagógicos y recursos multimedia en plataformas digitales
para conducir a los docentes a la realización de clases virtuales y remotas con sus respectivos
grupos escolares.
A pesar de que la SEP propia calificó a “Aprende en Casa” como “un programa exitoso
por las cifras de cobertura y seguimiento que ha logrado entre marzo y junio de 2020” (Dietz
& Mateos, 2020, p. 36), algunos estudios realizados durante y después de la pandemia han
mostrado que, en realidad, se trató de un desastre educativo (Hernández-Rosete, 2020;
Schmelkes, 2022).
Lo primero que ha saltado a la vista para algunos investigadores en educación es que
esta estrategia nacional no fue diseñada para la diversidad de realidades sociales, culturales,
materiales, tecnológicas y lingüísticas del país (De León, Pérez & Vázquez, 2020; Mérida &
Acuña, 2020). Un aspecto fundamental a tomar en cuenta es que la conectividad y la posesión
de infraestructura digital para tomar clases a distancia, o para utilizar las plataformas que
ofrecen servicios de “reunión virtual” (sumamente recurridas durante la pandemia), fue y es
profundamente desigual en México:
México está bastante mal parado. En 2016, se ubicó en el lugar 87 mundial en el acceso a las
TIC y en el 8 en América Latina, detrás de Uruguay, Argentina, Chile, Costa Rica, Brasil,
Colombia y Venezuela, en ese orden, según indicadores de la Unión Internacional de
Telecomunicaciones (UIT 2017) con sede en Suiza. En cuanto a las desigualdades internas,
sólo 45 por ciento de los mexicanos cuenta con una computadora y 53 por ciento tiene
acceso a Internet en casa, según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de
Tecnologías de la Información en los Hogares más reciente (INEGI, 2018a). Sin embargo,
tal acceso no se distribuye de forma igual. En las áreas urbanas, 73 por ciento de la población
utiliza Internet, comparado con 40 por ciento en las zonas rurales. Aún más preocupante es el
hecho de que sólo 4 por ciento de los residentes rurales cuenta con Internet en casa (INEGI,
2018a) (Lloyd, 2020, p. 116).
Ahora bien, cuando se mira hacia el interior del mundo indígena-rural, la situación de
desigualdad digital se vuelve aún más profunda, pues solamente el 11% de la población
hablante de una lengua indígena [2] tiene una computadora y 9.8% acceso a Internet (Lloyd,
2020, p. 116). No obstante, esta situación no sólo abarca el plano comunitario y familiar, sino
que es extensivo al entorno propiamente escolar:
los cursos comunitarios, las escuelas indígenas unidocentes y no unidocentes, no cuentan con
Internet; en el caso de las primarias, las escuelas comunitarias y las indígenas multigrado no
alcanzan 10% (López y Medina, 2021). El 44% de las escuelas primarias del país cuentan
con al menos una computadora para uso educativo, pero entre las escuelas indígenas el
porcentaje es de la mitad 24% (Unicef e INEE, 2017), por lo cual podemos suponer que las